Pasa ya los 70 años, pero David Lynch continúa con su frenética actividad, casi como si fuese
un jovenzuelo recién llegado al mundo artístico. Ahora, siguiendo los pasos de
este blog en el que apenas hablamos de cine, hoy nos centramos en las habilidades pictóricas del autor.
¿Sabías que mucho antes de comenzar a dirigir,
Lynch ya era un avezado y trabajador pintor? Nacido en 1946 en el seno de una
familia tradicional norteamericana, en su infancia dibujaba armas. No en vano
los aliados habían triunfado en la Segunda Guerra Mundial y el pueblo
estadounidense estaba pletórico.
La pintura de David Lynch
Pero Lynch no tardó en comenzar a dar rienda
suelta a su creatividad y a su mundo
oscuro, inquietante y casi sonoro. La felicidad y el idilio se truncaron a
sus tiernos 14 años, en 1960, y eso que todavía quedaban unos pocos años para
dar su paso definitivo en el cine con el tormentoso largometraje Cabeza
Borradora.
El lío de Lynch fue tal, que fumaba como loco,
bebía a tragos llenos y tenía espasmos abdominales. Todo ello cambió para
siempre su visión de un mundo incontrolable, como relata en su libro The
Art Life.
Pronto comenzó a explorar el arte, arrancando
por la pintura, y aunque la tuvo un poco aparcada durante unos años, nunca le
ha dado de lado del todo.
Con una fidelidad a sus ideas pasmosa, el
artista plástico que nos muestra David Lynch parece un tipo atormentado,
mostrando ese universo al que nos tiene acostumbrados.
Pero, por lo general, cuando se ven las
exposiciones de Lynch, la pintura no está quieta. Es habitual que vaya
acompañada de música, de sonido e incluso de televisiones en las que se pasan
parte de sus obras… Todo depende de cada cuadro.
En su obra se toca el caos, se saborea el
desamor y se roza la soledad y la desesperación. Es decir, se visita un mundo
lynchniano en estado puro, pero esta vez únicamente desde la perspectiva
pictórica.
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